Archivos Mensuales: octubre 2007

Fri0

El frío llegó. Apareció, de la nada. Supe que se fue en Abril cuando el calor; amo y señor de estos lares llegó para ocupar su lugar. Apareció junto al sol triste de otoño. Apareció junto a mis ganas de levantarme y mi pereza crónica. Este frío provoca  a los inocentes ciudadanos de Jojutla el desempolvar sus suéteres y chamarras. Para que te des una idea, ha traído directamente desde Chilpancingo el clima. Entonces, tienes al protagonista de esta historia, con su única chamarra, sus ojos con sueño, sus niños con boca de liebre, tratando de buscar calor sin encontrarlo. El general invierno llega por segundo año consecutivo, solo que estaba vez no me encontrará desprevenido.

 

Objetivos:

-Comprar una chamarra

-Conseguir un buen abrigo…de 17 a 25 años.

 

Se aceptan ofertas. No mas que no estén muy agujerados.

 

 

 

 

1998

1998

Al escribir esto mi mente viaje casi 9 años hacia atrás. ¿Qué ocurría en ese tiempo?. Finalizaban las vacaciones de verano, no era 1998, sino 1997. Recién llegado de el hastío de Chilpancingo al cálido humor de Tecpan. Estaba ya en el tercer año de secundaria, con 12 años de edad. Había niños que en esa edad apenas estaban en quinto de primaria, pero yo era un especie de genio, que digo soy un genio. Esta bien, esta bien…entre de 5 años a la primaria. Pero no pueden negar que saber leer a los 5 años es un éxito. Estábamos en que, Enrique Iglesias había estado muy de moda con esas rolas de “Muñeca cruel”, que las fiestas se alegraban con los cd`s de “Tropirollo”; anímate a buscar entre los cassets de la familia, ahí debe haber un ejemplar arrumbado; “Radiohead” ( los cuales jamás escuche sino hasta la universidad) formaban un genero musical en Europa además de romper records de ventas en USA y conocíamos el hip-hop con “Control Machete” y “Molotov”.

El primer día de clases, paso sin pena ni gloria. Si bien es cierto, tenia la presencia de Aarón en la escuela, resultó casi un lastre. Creo que el si se divertía muchísimo, y no conocía los límites. Recuerdo aquella vez en la que me llamaron a la dirección porque el genio del subdirector (el borrego) pensaba que yo era el demonio que soplaba en su oído. Hizo tantas cosas chuscas, tontas, reprobables que merecen un blog solo para contarlas. Como el día que le tuve que prestar mi playera porque a mi amigo querido se le olvido que tenia educación física, pagaría por ver mi cara (en esa época era ciencia ficción los celulares con cámara)  de asombro al verlo embutirse mi playera en sus 90 kilos de peso, parecía una salchicha gigante, y yo no atinaba a sonreír.

Las cosas hubieran continuado sin pena ni gloria. En la secundaria siempre fui un estudiante mediocre. Ahora que lo pienso, siempre quise destacar pero nunca le eché las ganas suficientes para hacerlo. Es en este punto donde me doy cuento que surgieron 2 cosas que hoy son verdades en mi vida:

 

1. Me di cuenta que no podía confiar tanto en mi suerte. Reprobé matemáticas.

2. Mi gusto por la música. Nació así, me castigaron 1 año sin poder ver televisión.

 

Y como en ese tiempo todas las novelas de mi casa estaban bien leídas, y ahora que lo pienso bien no había tantas novelas en mi casa. Pues me dio por escuchar música.

Así que el bolero llegó a mi vida. Como un amigo que un día te da la mano y jamás se va. Ya lo había escuchado cuando era muy pequeño, pero no sabia nada de cantantes. Escribe García Marques  en su novela “Memorias de mis putas tristes” que el bolero es la vida, y yo estoy de acuerdo con el. Surge en esa maraña, mi cantante favorito, a pesar de su voz meliflua, sus pobre dotes histriónicas y que sus discos son católicos (pues salen cuando Dios quiere y el diablo se descuida) Charlie Zaa es la ley. De repente había un cantante que hacia que las canciones que tarareaba entre clases no fueran piezas ignotas para los demás. Púberes cantando las canciones de los abuelos y aun otras desconocidas. Cierto es que los detractores del colombiano dicen que era un mal imitador de Julio Jaramillo, no pueden negar que de no ser por El varias de las canciones que ahora incluyen en las recopilaciones seguirían escondidas en los archivos. Hubo una época en que lo escuchaba tanto al irme a la secu como cuando llegaba, en la tarde al hacer la tarea y en la noche ya para dormirme. Mi favorita “Nuestro Juramento”,  sin olvidar “Que Dios Me Libre” o “Alma Negra”,  siempre he pensado que “Que Dios Me Libre” es una rola para llevar serenata, pero no creo tener a nadie a quien cantársela.

De pronto decidí que no era sano para mi el estar tan retraído, a pesar de que me llevaba bien con todos en la escuela hacia falta que le gente me identificara. Quería ser conocido, es la única época de mi vida en la que recuerdo haber buscado el protagonismo, a partir de ahí he mantenido un perfil bajo. Actué en una dramatización, un personaje nefasto que no tenía nada que ver conmigo, que me comió. Pasaba, que en las pocas veces que salía a la calle, me encontraba con compañeros, que al pasar a mi lado me sonreían pero no me hablaban, pues no sabían mi nombre. Decidí que era suficiente (saludos a Yessica),  conseguí un nombre, hablaba mas ( idioteces por supuesto) y me interesaba por los problemas mundanos, en los años anteriores me la pasaba pensando en el conflicto árabe-israelí, los zapatistas de Chiapas, la hambruna en África, lo mas trivial que pensaba era comprar aquella mítica Playboy en la que aparecía desnuda, completamente, Cindy Crawford, y platicar sobre fajes, mujeres, tenis Niké, “tener mucho dinero” y demás platicas de púberes comenzaron a entrar en mi mundo. Aquí me doy cuenta, que en aquellos tiempos era un viejo prematuro, hoy afirmo que soy un joven inmaduro.

Un buen día de Septiembre entré al salón de “Dibujo Técnico”, nada más para criticar los dibujos de los demás, para mirar caras nuevas. Estuve por espacio de 10 minutos hablando de la proyección caballero, aristas, escalas a un nivel que bien parecería de arquitecto. Está bien, está bien…le hablaba a la maestra sobre “La usurpadora”. Estaba por retirarme cuando una voz meliflua dijo

-Uiiiiii- Mire hacia los bancos pero nadie se movía, decidí seguir mi camino, pero el sonido           –uiiiiii-me detuvo. Nuevamente busqué entre los restiradores (así se llaman las mesas de dibujo técnico) pero nuevamente no encontré nada. Estaba por irme, quizás un niño estupido me buscaba pleito pero si no daba la cara podría hacer muy poco. El niño resultó niña. Muy bonito además. Tanto que me acerque al banco, no recuerdo que tontería le dije, pero el chiste es que nos reventamos 15 minutos platicando, hasta que la maestra advirtiendo nuestro flirteo dijo que era hora de irme, y no tuve mas remedio que salir de ahí. De la platica saque que se llamaba Maria De La Piedad (en serio), que tenia 13 años, que era mas bonita de cerca, que de su pelo emanaba un olor a rosas que meses después descubrí lo producía el shampoo de Herbal Essences, que estaba en el primero E, que era jefa de grupo y que tenia que volver la próxima vez para verla de nuevo. Cometí el error de contárselo a Sergio, un amigo súper buena onda, del cual no he sabido nada de el.

La vez siguiente el tumulto que se hizo para verla provocó que la prefectura se mudara justo en la puerta del salón de dibujo técnico. Ese dia no pude verla, tuve que encontrarla con sus amigas, el viernes en el recreo ; ellas eran 3. No logro recordar sus nombres, es mas estoy pasando verdaderos aprietos al intentar recordar el rostro de cada una. Me saludaron con curiosidad, aquella sensación de incertidumbre al mirar la sonrisa de una mujer bella nació en ese momento. Me preguntaron, como si de una conferencia de prensa se tratara ( cada una me hizo una pregunta) mi nombre, donde vivía, cuantos años tenia y si me gustaban las drogas. Les conteste con mi gracias habitual, ellas se despidieron sonrientes. Pero el recuerdo de Maria se quedo impregnado en mi junto con su olor a pétalos de rosa. En la casa ya no era el mismo, estaba todo “lelo”, se me olvida el cambio, saqué el repertorio de tríos que mi tío Juan tenia, escuchándolos con una botella de coca-cola en la mano. Pensando en decirle “Usted es la culpable”  de que yo viva “Sin un amor”. Porque “tuve una vez la ilusión de tener un amor que me hiciera valer”. Platicaba poco con Aarón, recuerdo pasar el tiempo, barriendo, trapeando o haciendo lo que sea pensando en Maria. En donde viviría, cuantos años tendría, si tendría novio o no, porque usaba faldas tan largas, porque sus ancas parecían querer salir a cada bamboleo de su cadera. Hombre en esas semanas el fin era una tortura, 48 horas sin verla me parecían insalvables, lo peor es que no había nada que hacer mas que el aseo de la casa, oír música, ocasionalmente jugar al fútbol y ya.

Podemos decir que mi vida de Agosto a Octubre de 1997 fue, escuchar boleros, ir a la escuela, hechar relajo y pensar en Maria. Se convirtieron en la constante. No se piense que antes no había pensado así en otras niñas, pero con Maria sucedía algo distinto, surgían unas ganas terribles de besarla, de tenerla, de lucirla. Maria fue la primera mujer que supe que quería para mi. El resto viene después…

Una RePuTaCioN

La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.

La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.

Pero ese día me estaba destinado, misteriosamente. Subió al autobús otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.

Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: "He aquí un caballero". Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.

Dos calles adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.

Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible; la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías.

Mis compromisos para con el pasaje habían aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mí cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama.

En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenía asegurada la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.

Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el último momento, vi en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón, como un remordimiento.

Descendí en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.

 

Juan Jose Arreola.

La FrAsE De La SeMaNa

-Lo ùnico lindo que ella me enseñó fue su tremendo culo una noche de abril-.

Mi amigo Gerardo respondiendo a mis intentos de consolarlo.